El Velorio
Había regresado temprano al inicio de la noche a mi casa, sábado de invierno donde el frio
miraflorino era para mí un motivo para el romanticismo. Tenía que matar el tiempo y pensaba
en jugar damas con mi hermano que especialmente siempre estaba dispuesto a hacerlo los
sábados en la noche. El teléfono de la casa estaba en la entrada, debajo de la escalera que
lleva al segundo piso, era un sitio oscuro, algo cómodo, testigo de las conversaciones
adolescentes donde se mezclan las palabritas picaras, de amarguras y de mil historias. Llaman
y contesto, …hola, una voz entre triste y madura, buenas noches, con Roberto por favor…si,
soy yo…hola, soy la tía de Sofia… sentí una sensación algo extraña, pensé que podría ser la
invitación a una fiesta pero la voz no confirmaba esa posibilidad, no conocía ninguna Sofía
pero por algún motivo pensé que era compañera de colegio de mi enamorada…mira Roberto,
te llamo porque Sofía esta muy triste, ha fallecido su mama y quería pedirte que vengas a la
casa para acompañarla…, a mis 16 años mi principal preocupación era divertirme, jugar futbol,
estar con mi enamorada, ir a fiestas y lo último que podría imaginar era ir a un velorio un
sábado por la noche para acompañar a alguien que no estaba seguro de conocer, pero a veces
reaccionamos de forma inesperada y llevándome de la sorpresa, con voz algo insegura pero
también afligida por el dolor de “Sofia” respondí… claro, claro señora, y donde es la casa,… te
paso con Sofía que te explicará,…una voz mezclada de llanto y algo de satisfacción por
encontrarme me dijo delicadamente… hola Roberto…estoy trist.. y quisiera saber si puedes
venir a mi casa, me dijo humildemente sin ninguna introducción,…Hola Sof…donde queda tu
casa?… es en la calle Domingo Fuertes 325, vienes por la vereda de la Iglesia Concepción, tres
cuadras después del parque, veras un velorio…sis, si claro, voy para allá…Estaba
completamente confundido, esa chica será la compañera de colegio de Flor, no me acuerdo,
sábado de noche, frío, acompañarla en el velorio, ¿como se hace eso?, no estaba lejos pero no
conocía el lugar, nunca fui por ahí…ya le dije que si y no queda otra…mama, ya vengo…
Ya había caído la noche y la neblina se movía por las calles, era los primeros días de julio, la
iluminación de las calles era débil pues era una zona de casas nuevas, casi sin gente donde la
Iglesia, monumento orientador, se sumaba a mi extrañeza y esa sensación onírica de estar en
un cementerio buscando un nicho desconocido, pero tenía que cumplir con alguien que
necesitaba apoyo. Seguí la orientación, llegué a la casa, rejas negras y altas, con buganvilias
bien cuidadas y crecidas, varios carros, pocas luces… toqué el timbre, se abrió la puerta detrás
de la reja y se iluminó la vereda, la puerta de color rojo oscuro con bordes grises bordeada de
un pórtico de cemento, era alta y parecia pesada, me recibió la tía con rostro triste y
agradecido…pasa Roberto…casa moderna, cuadros, espejos, flores de ingreso en la casa, sentía
un murmullo de gente que venía del fondo iluminado y que suponía era el velorio,… pasa por
acá, y con su brazo en mi hombro me dijo de manera cómplice pero cariñosamente…gracias
por venir, le hará mucho bien a Sofía…claro, claro…logre balbucear…
Sofía era una adolescente quinceañera, pelo negro algo corto, estatura media, mestiza, falda
mas corta de la que esperaba ver en un velorio, bien vestida, no era fea tampoco bonita,
llorosa me abrazo frente a su tía como si fuéramos amigos íntimos, me sentí bien por ayudarla,
nos sentamos en el sofá de recibidor, mueble rojo antiguo, suave, con brazos de madera
tallada, iluminación suficiente para una conversación intima. Mientras ella iniciaba su
conversación, triste y llorosa, yo estaba en un trance interno de entrar y salir de mi estupor, la
miraba atentamente y respondía lo que podía, pero me esforzaba por no traslucir mi sorpresa,
estaba ahí para apoyarla en un momento difícil. Al poco rato entró la tía con una sonrisa
agradable pero sobria, Sofía más calmada se levantó, tomo la bandeja que la tía trajo y me
ofreció el té, dejó el plato con las galletas en la mesita de al lado, se sentó más cerca, donde
podía sentir sus movimientos al hablar, cruzó las piernas y pude ver algo de sus delgados
muslos, la conversación estaba mutando de un tono de luto triste a uno cercano con
comentarios de barrio, soltaba algunas sonrisas y me comentaba de sus compañeras de
colegio pero no la mencionaba a Flor, la idea de que algo diferentes podría pasar era cada mas
real, un adolescente esta para todo y el mundo no tiene límites, no se cuanto duro la
conversación pero sentía la preocupación de Sofía por un fisgoneo de su tía o de cualquier
persona y, ocurrió, comenzó a lloriquear sin lágrimas y me tocaba las manos, la cabeza, se
tocaba las piernas levemente, sentía que la neblina del invierno tomaba cuenta del ambiente y
de mi cabeza…, me agarro las manos, lo paso por sus pechos, luego en sus piernas, las froté
temeroso pero complaciente, sentí su boca pequeña en mis labios…no era un beso experto,
era principiante pero voluntarioso y deseoso, me abrazaba, suspiraba y se movía con una
satisfacción liberadora, un premio, me miró y casi alegre continuó un par de veces… después
como si nada hubiera pasado, retomamos la conversación, sus ojos mostraban algo más que
una mirada. Sentí que lo hacía como si fuera parte casi obligada de mi compromiso de
apoyarla en ese momento de dificultad familiar, me hizo sentir que era su enamorado y que ya
teníamos un compromiso. Su tía entró nuevamente para retirar la tasa de té y las galletas que
no tocamos y mirando a Sofia me hizo entender que ya era hora. Nos despedimos y en la
puerta, agarrándome la mano a escondidas, Sofía me preguntó invitándome con su mirada,
¿vienes mañana?... La mente es muy rara, se comporta con velocidades diferentes y de
acuerdo con los estímulos recobra actitudes, repasa momentos, mezcla ideas, decide tener
sensaciones que van más allá de lo previsto… sssi…mañana vengo…
Los días de invierno, en julio, provocan el abrigo como en la búsqueda de un calor sentimental,
la neblina es amigable, romántica y siempre trae algo de garua como una exigencia de
compañía, que te moja pero te completa. Pero un invierno hace olvidar al otro. Sofí fue ese
invierno pasado, nunca más supe de ella ni de su tía ni de llamada alguna, no regresé por las
calles donde vivía, no escuché comentario de Flor sobre ella, no pregunté, no olvidé.
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