Caballo al potrero
Era una piedra saliente en la esquina del corral, en una pared de quincha, justo a mi altura, mejor que una escalera, la que descubrió Mañuco. “Ven Teguayo, subete, agarrate…agarrate bien..José “, el caballo ya quería salir y di el salto, siempre era así, el caballo ya sabía, me acomodé pegándome a José y agarrándome de la camisa de franela de colores de Manuel, no le conocía otra pero me parecía siempre limpia, le quedaba bien. Eran las últimas horas del día, atentos, con José en algún lugar y Mañuco siempre cerca, habíamos esperado toda la tarde la llegada de mi abuelo, como siempre. Entraba por el portón trasero como un jefe de ejercito después de una victoriosa batalla, imponente general y sabio en la guerra. Llegó en el caballo más bonito y grande que tenía, blanco chispeado de plomo, el mejor, alto, fuerte, garboso, Kruchev lo llamaban. Bajaba del caballo vestido de saco, con el poncho tirado al cuello, alforjas, sombrero marrón, botas. Levantando las piernas para bajar...